Publicado en julio 29, 2008
La reivindicación del Frente Popular y de Negrín por el partido y el gobierno de Zapo, no es, pues, un hecho sin mayor significación: retrata un carácter y unos objetivos. Podría tratarse de una reivindicación sin mayor trascendencia retórica, como a veces ocurre, pero las similitudes entre una situación histórica y la otra resultan más que llamativas.
Como el Frente Popular, Zapo llegó al poder después de una campaña de creciente demagogia y violencia en las calles, bajo banderas anticonstitucionales y del Gulag, culminada en la matanza del 11-m, de inducción y autoría intelectual hoy por hoy desconocidas. Ello dio a las votaciones un carácter anómalo, por su tinte emocional y demagógico, inédito desde la transición. Cuando digo “culminada” no quiero decir que el PSOE estuviera implicado en la matanza –eso sigue sin saberse, porque realmente no se sabe casi nada de ella– sino que ese partido y los medios de masas afines la utilizaron deslealmente y sin reparar en embustes para aumentar al máximo aquella emocionalidad y beneficiarse de ella. El PSOE apareció entonces como lo que solo muy transitoriamente dejó de ser: un partido de extrema izquierda y un peligro para la convivencia en libertad.
Desde entonces no hubo corrección, sino acentuación de las características “rojas” de ese partido. La democracia española es tan frágil y deficitaria que precisó, ¡veintitrés años después de inaugurada!, un pacto entre los dos principales partidos para asegurar dos puntos básicos que en cualquier régimen estable se dan por supuestos: las libertades y la lucha contra el terrorismo, eliminando de esta última la llamada solución política, auténtica justificación del asesinato como modo de hacer política.
Pues bien, la política de Zapo ha consistido, desde entonces, en la destrucción del pacto democrático y su sustitución por otro con los terroristas y los separatistas, pacto de signo contrario, directamente contra la democracia. Esa política se ha completado con otra exterior de aliento al terrorismo islámico y de apoyo a regímenes y líderes populistas, amenaza permanente a las libertades en los países hispanoamericanos y musulmanes, y en algunos casos a España misma. Estos hechos, complicados con el socavamiento del poder judicial, acciones contrarias a la igualdad ante la ley, etc., definen la política de Zapo como contraria a los principios constitucionales, a la democracia. La definen como involucionista, como un golpe de estado desde el poder, al modo del Frente Popular y de Hitler, aun si más lento y con menos violencia explícita (y cuya progresión ha sido posible por carecer de oposición real, ya que la del PP de Rajoy en ningún momento lo ha sido).
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Sobre la formación de España:
Con Leovigildo la historia del reino godo iba a experimentar un giro drástico. Muerto Liuva en 572, quedó aquel como rey único, e iba a revelarse el líder más capaz y mejor político de los godos, hasta entonces o después. Los reyes anteriores, con excepciones relativas, habían aplicado políticas mediocres, sin horizonte más amplio que la conservación del poder y el ten-con-ten hacia el episcopado y la aristocracia hispanorromana, aun dentro de una hostilidad mutua. Pero Leovigildo concibió a Hispania como un todo no solo cultural, sino también político, y se empeñó en una tenaz y enérgica acción para convertirla en un reino unido. Había empezado en 570 expulsando a los bizantinos de casi toda la costa atlántica del sur; dos años después los alejaba del valle del Betis, ante todo de la rica y gloriosa Córdoba, reduciéndolos a una estrecha cinta costera desde el estrecho de Gibraltar a Alicante, más las Baleares. A continuación se aseguró la sumisión de bolsas rebeldes o independientes entre las actuales Cáceres y Zamora, y derrotó a las bagaudas de Asturias y Cantabria, a quienes arrebató en 574 la estratégica fortaleza de Amaya, su capital. Dos años después atacaba el reino suevo de Miro, aunque la acción terminó en pacto y no en conquista. Los suevos habían realizado campañas de expansión por la península, hasta el Tajo y adentrándose profundamente en la meseta. Pero su escasa población (suele estimársela en 30.000 individuos) les impedía sostener sus aspiraciones. Al año siguiente, Leovigildo venció una rebelión interna en la zona del nacimiento del Betis (Oróspeda) entre la Bética y la Cartaginense, y casi inmediatamente una sublevación campesina en el mismo lugar, quizá de carácter bagáudico. A partir de ahí estableció una línea de plazas fuertes en torno a la remanente franja bizantina…
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