16 de Octubre de 2008
Franco no solo pensaba en 1930 en una democratización ordenada, sino que aceptó la república –con recelo, como toda la derecha, sobre todo después de la oleada de quema de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza, apenas empezado el nuevo régimen–, rechazó sumarse al golpe de Sanjurjo y defendió la legalidad contra el asalto izquierdista de 1934. Cuando por fin se sublevó, la república ya había sufrido tres o cuatro insurrecciones anarquistas, el golpe fallido de Sanjurjo, intentos de golpe de estado de Azaña y los suyos, las desestabilizaciones realizadas por toda la izquierda más los separatistas vascos y catalanes en verano del 34, la insurrección de octubre de ese año y la oleada de asesinatos, incendios, disturbios y vulneración masiva de la legalidad por el gobierno, que siguió a las elecciones del Frente Popular. Aun así fue, como recuerda Queipo, el último en decidirse a la acción, esperando que el gobierno reimplantase finalmente la ley. Es necesario repetir estas evidencias porque quedan olvidadas una y otra vez en el ruido desinformativo ambiente.
La conclusión de Franco –y de muchísimos más, a derecha e izquierda– fue que en España no podía funcionar la democracia. Menos todavía cuando en el resto de Europa parecía ocurrir algo semejante, con el auge de los movimientos comunistas y fascistas. Cumplía encontrar un sistema político distinto a los ya ensayados, y el fascismo parecía por entonces ofrecer una buena salida. Sin embargo Franco no era fascista, ni siquiera entendía bien, probablemente, la doctrina; ni mucho menos se sentía próximo al racismo nacional-socialista. Impulsó, desde luego, un partido, la Falange, bastante próximo al fascismo italiano, pero al mismo tiempo le impidió convertirse en el eje del estado, según ocurrió en Italia o en Alemania, y frustró todos los intentos en ese sentido. No voy a entrar aquí en análisis y disquisiciones sobre el régimen de Franco, que he tratado con bastante pormenor, creo, en Años de hierro. Baste decir que el franquismo tampoco siguió el destino de aquellos regímenes, que libró a España de la guerra mundial y que los mayores beneficiarios de su neutralidad y no beligerancia fueron los aliados (aparte, naturalmente, de los españoles).
Con ello entramos en el análisis de uno de los documentos más interesantes de las memorias de Queipo: su carta a Franco de 3 de junio de 1947 pidiéndole que abandone el poder.
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**** "Rajoy aparece en una crónica de La Sexta como "la imagen de un payaso"
La cadena dice que ha pedido disculpas"
**** Gregorio Marañón definió las cualidades de los "republicanos" como estupidez y canallería. No se trata de exabruptos, sino de una descripción, y preocupante: la canallería puede corregirse, siempre que no esté casada con la estupidez.
**** Dice Savater que "Educación para la ciudadanía" es una asignatura "de sentido común". Y lo es, en todas las dictaduras totalitarias. Incluso la "reeducación", como seguramente pensará también nuestro brillante filósofo.
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Un ejemplo de manipulación (entre tantos)
Al fracasar el golpe militar con que intentó imponerse la república a finales de 1930, el golpista Ramón Franco hubo de exiliarse, y, necesitado de dinero, lo pidió a su hermano Francisco. Este le ayudó, pero le explicó en una carta: "Mi querido y desdichado hermano: Si serenamente meditas sobre los resultados de tu actuación (...) te convencerías de que lo que lo que podía encajar en el cuadro de mediados del siglo pasado es imposible hoy, en que la evolución razonada de las ideas y los pueblos, democratizándose dentro de la ley (subr. mío) constituye el verdadero progreso de la Patria, y que toda revolución extremista y violenta la arrastrará a la más odiosa de las tiranías". La carta, muy citada desde su exposición por Ricardo de la Cierva, pero remitiéndose casi siempre a sus aspectos más triviales... (en Franco, un balance histórico)...
ATC Journal. ¡Llevamos la información!
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