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Pío Moa
Sin embargo no se trata de simple retórica. La clave de toda la política del gobierno ha sido, volvamos a ello, la ilegitimación del franquismo, y por tanto de la democracia, salida de él, en colaboración con los mayores enemigos de las libertades, con el terrorismo etarra y los separatistas, que ya han logrado eliminar prácticamente la democracia en las Vascongadas y la restringen continuamente en Cataluña. Resulta cansino repetir la evidencia frente al fraude político generalizado, pero esa colaboración rompe las reglas más elementales del estado de derecho, legitima y premia políticamente el asesinato terrorista, ataca la constitución y, para imponerse, socava la independencia judicial y corrompe los órganos máximos de ese poder. Todo ello aliñado con la pretensión de modelar a la sociedad de acuerdo con sus sandeces ideológicas "rojas", mediante la "educación para la ciudadanía" y la increíble degradación de los medios de masas.
El examen más superficial, como el más profundo, de la trayectoria del gobierno actual, revela un verdadero golpe de estado desde el poder, a cuyo lado quedan casi en nimiedades el GAL o las oleadas de corrupción felipistas. Se trata, pues, de algo más decisivo. Un gobierno de este género es necesariamente ilegítimo.
Este golpe contra la legalidad y la democracia ha podido realizarse por no haber tenido una oposición política real, ya que la del PP de Rajoy --incluyendo la de Zaplana y Acebes, bienintencionada pero insuficiente y torpe-- nunca lo fue. La única oposición ha provenido de la sociedad, de sectores de la Iglesia, de la AVT, de la gran empresa organizada por Jiménez Losantos y Javier Rubio, y de numerosas iniciativas dispersas. Esta oposición espontánea no ha encontrado un cauce político porque confiaba en un PP que, o no estaba a la altura o ha traicionado simplemente a gran parte de sus votantes para sumarse al diseño golpista gubernamental.
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